domingo, 6 de septiembre de 2009

Cómo quieren repartir la torta en tiempos de crisis

Después de pasar un tiempo alejados de las aulas, los vaivenes de la lucha electoral y las disputas de poder entre burgueses podrían hacernos creer que volvemos a vernos las caras en otras condiciones. Sin embargo, la crisis económica continúa y la correlación de fuerzas para hacerle frente desde las bases no ha cambiado.
A pesar de la aparente meseta en que ha entrado la crisis económica internacional, en nuestro país la situación para los oprimidos y explotados sigue siendo la habitual bajo este sistema (salvo cuando la lucha desde abajo y las necesidades de ganancias de la propia burguesía permitieron transitorias reformas). Hoy, como desde hace un par de décadas, los más ricos concentran cada vez más y el resto sobrevive como puede, mientras las supuestas luchas de “modelos” se reducen a ver en que aspecto se hace más hincapié para mantener la gobernabilidad del sistema. Así se gestionan las crisis en el capitalismo. Con hambre o con palos, el sistema le hará pagar a los de abajo los males que el propio sistema genere.
Es en este contexto estructural que debemos interpretar la coyuntura. Luego del traspié en las elecciones del 28 de junio, el kirchnerismo apuntó a negociar la gestión de la crisis con los distintos sectores burgueses mediante el llamado al “dialogo”, que no podía dejar de contar con ese inestimable aliado a la hora de mantener la gobernabilidad llamado burocracia sindical. Lo cual a su vez no quitó que cada fracción buscase llevar agua para su molino. El kirchnerismo buscó recuperar terreno político mediante la aprobación de las facultades delegadas, un golpe oportunista al monopolio mediático “Grupo Clarín” (al “estatizar” los derechos de televisación del fútbol), y un proyecto de ley de arrendamientos que apuntan a dividir a la oposición campestre. El “campo” a su vez se lanza de nuevo al ruedo con sus medidas de fuerza, mientras las expresiones políticas que lo defienden no encuentran un liderazgo claro.
Mientras tanto, todos reprimen como pueden, en Capital se multiplican los desalojos para favorecer los negociados de un mercado inmobiliario que excluye a las mayorías y de paso también acabar con espacios “molestos” (Huerta Orgázmika, Centro Cultural Almagro, IMPA, etc.), a la par que se crea una policía metropolitana que, según lo reconocen los propios funcionarios PRO, tiene por misión reprimir a los de abajo. Se hace ahora explícito un viejo anhelo de la clase media fascistoide: el “liberar las calles”. La expresión “sí o sí hay que poner orden” parece formulada en un contexto donde las masas se encuentran en las calles luchando contra las injusticias del sistema; y sin embargo sólo refiere a los escasos frentes de lucha que la clase trabajadora ha podido sostener. Cualquier intento de manifestación, denuncia, resistencia, o lucha para mejorar las condiciones de vida de los oprimidos será puesta bajo una figura judicial de tipo delictiva para justificar la represión abierta.
En provincia desalojan fabricas recuperadas, caso Textil Quilmes, y gastan millones en equipar a la policía con cámaras, móviles y armas (pistolas “Beretta 2x4”, elegidas por disponer de una mayor precisión de tiro). Incluso hasta la creación de empleo viene atada a formas burdas de mantener bajo control la desigualdad, véase el plan de 100.000 empleos bajo la figura de monotributistas por 1300 pesos, que permite armar una red clientelar a la par que no cuestiona un empleo precario y mal pago que muchos expertos ponen como la causa de que, como señalamos al principio de este texto, la miseria sigue en niveles similares a los de hace 10 años.


La gestión de la miseria en la educación


Por nuestro lado, el sistema cuenta con sus propias versiones de gestionar la miseria y la exclusión en el ámbito educativo, la ya tradicional y endémica falta de presupuesto y sus incondicionales acompañantes (edificios que se caen, sueldo miserables o incluso inexistentes, etc.) no han cambiado con el último lavado de cara, el nombramiento de Alberto Sileoni como nuevo ministro de educación nacional. Ante la presión mediática de decir algo nuevo o demostrar que tiene algún tipo de iniciativa propia, a Sileoni no se le ocurrió más que sugerir un cambio de modelo secundario de aprobación por materias. Frente a las exigencias de los organismos externos, este modelo parece ser el mejor para bajar el índice de la deserción escolar, poniendo en el eje a los números estadísticos y buscando coincidir con la visión burguesa que se tiene de la escuela como cajita contenedora, y no pensando en una educación de mayor calidad para el pueblo.
El no tan flamante ministro, también refunfuñó cuando le recordaron que debería sentarse a “negociar” (suponiendo una reciprocidad de partes) con las decenas de gremios docentes. Aunque no faltan burócratas en los mismos, Sileoni hubiese deseado que la burocracia sindical fuese en el área tan sólida como en otros sectores, de modo de poder negociar más fácilmente los miserables sueldos docentes. En este sentido, parece ser que las paritarias salariales se dejarían para el verano que se aproxima.
Lo que no para de crecer en todo el país, es el financiamiento estatal de los negocios educativos privados (en Capital directamente se le saca a la educación pública lo que va a la privada) y a su vez el sometimiento del sistema educativo público por parte de empresas privadas (en este plano es paradigmático el debate sobre si las universidades nacionales deben aceptar los fondos de la contaminante minera La Alumbrera, que le corresponderían por ser las mismas, parte integrante de la unión transitoria de empresas que explota dicho yacimiento).


¿Y los de abajo qué hacemos?


Por lo visto, las soluciones a las crisis del capitalismo no vendrán de parte del Estado, ni de las burocracias sindicales. O mejor dicho, las soluciones que traigan seguirán beneficiando a la burguesía (ya sea agropecuaria, industrial, golondrina, o a los empresarios sindicales) o al partido de turno en el poder estatal (FPV en la época que nos toca). Esta crisis es un tropiezo para el capitalismo, pero como un tropiezo no es caída, este sistema no se derrumba hasta que la clase trabajadora organizada lo destruya. Es por eso que nosotros/as como estudiantes y trabajadores/as de la educación debemos organizarnos desde cada espacio de base para voltearlo.
Hoy como ayer nadie luchará por nosotros, ni “vanguardias” ni “representantes”: para ganar nuestros derechos debemos vencer la inacción y el miedo, el único derecho que tenemos los oprimidos es aquél que somos capaces de defender en la calle.



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